Debajo del agua nos acompañan nuestros sentimientos. En la vida, por siempre, nuestros recuerdos.
San Andres
¿San Andrés o Rio Miño?
Cuando hace tiempo, a veinte metros de profundidad, se descubrieron las calderas de un barco de vapor, nadie intuyó la historia que teníamos delante; menos aún que se había descubierto uno de los secretos mejor guardados por las aguas de nuestra comarca. La historia comenzó en el año 1856, cuando la malagueña familia Heredia, una de las más ricas de España, decidió realizar un crucero hasta Sevilla para asistir a la Feria de Abril. Para ello, algunos de sus miembros embarcaron en el vapor MIÑO, una nave construida en Inglaterra en 1853 propulsada por dos calderas de vapor que movían unas enormes palas como las que aun pueden verse en algunos barcos que surcan las aguas del río Mississipi. Junto a Trinidad Grun, viuda de Manuel Heredia, embarcaron sus dos hijas de corta edad, Isabel y Manolita. Les acompañaban miembros de otras familias de la alta burguesía malagueña. La travesía discurrió con normalidad hasta Punta Carnero. A partir de ahí se dice que la leve neblina que se forma los días que el levante sopla con fuerza en volvió las aguas del Estrecho y con ellas a los barcos que por allí navegaban. A eso de las diez de la noche, la fragata Minden, un buque inglés que entraba en el mediterráneo a toda vela abordó el MIÑO, provocándole una vía de agua de tales dimensiones que en unos minutos el vapor escoró a babor embarcando varias toneladas de agua. Al parecer su capitán puso proa a tierra para tratar de salvar la nave embarrancándola en la playa más próxima, pero tuvo la mala fortuna de que el navío se fue contra la isla de Tarifa, seguramente debido a la falta de gobierno que sufría por el agua acumulada. Parte de su tripulación ganó la orilla a nado, entre ellos Trinidad Grun, que pudo salvar la vida gracias a un grueso abrigo que le hizo de flotador enredado en otros enseres del barco que flotaban. Sus dos hijas desaparecieron tras la colisión. La tragedia se saldó con sesenta y cuatro muertos de los ochenta y dos ocupantes que llevaba la nave entre pasaje y tripulación. Hasta hoy nadie sabía cuál había sido el lugar exacto en el que el MIÑO naufragó. Doña Trinidad Grun tardó mucho tiempo en recuperarse de tan dura experiencia. Dicen sus biógrafos que a partir de este trágico accidente, en el que perdió a sus dos únicas hijas, se dedicó a las obras de caridad, destinando gran parte de su inmensa fortuna a la construcción de escuelas, residencias de ancianos y dispensarios médicos. En su testamento ordenó que cuando muriese la amortajaran con aquel abrigo de grueso paño que le había mantenido a flote y que al parecer era el último vínculo de unión con aquellas niñas ahogadas en el naufragio. Y de momento, ahí quedó la historia. Desde el año 1978 los buceadores venían bajando al pecio de un barco situado en el veril cercano a la isla de Tarifa, al que todos llamaban San Andrés, ya que en él se habían encontrado unas barras de plomo grabadas con ese nombre. También se hallaron varias botellas de cristal, ciertamente antiguas, en las que se podían leer las palabras London Hows Chemists. Tras una somera investigación se dataron entre 1850 y 1860, fecha, por otra parte, que correspondía con el fatídico naufragio del MIÑO. Pero el pecio se quedo con el nombre de San Andrés durante muchos años más, a pesar de que en los registros de buques españoles e ingleses no se pudiera encontrar ningún vapor movido por palas que naufragase en esa época y que ostentase dicho nombre. Años después, y buceando en las proximidades de un lugar llamado Punta Marroquí, se descubrieron dos grandes calderas de un barco repletas de centollos, y que por fuerza tuvieron que pertenecer a un vapor. Estaban situadas a no más de trescientos metros al oeste de la isla de Tarifa, y a unos veinte metros de profundidad. Comunicado el hallazgo al investigador naval Fernando García Echegoyen, constatando este que dichas calderas muy bien podían pertenecer al MIÑO, y que la situación donde se encontraron evidenciaban que la nave se había ido desmontando mientras navegaba tratando de embarrancar en el lugar más próximo. Esta era una maniobra que realizaban todos los capitanes cuando la nave que mandaban ya no podía salvarse y tenían cerca la costa. El investigador naval descubrió también que los lingotes que habían aparecido con el nombre San Andrés podían pertenecer al MIÑO, pues estas piezas de metal se embarcaban a modo de lastre y en función de la carga que llevase el buque. Daba la casualidad que la fundición de hierro propiedad de la familia Heredia, y de la que todavía quedan dos inmensas chimeneas, estaba situada en al malagueña playa de San Andrés, por lo que y como era costumbre, muy bien pudieron grabar en ellas el nombre del lugar donde habían sido fundidas. En sucesivas inmersiones que se realizaron se fueron encontrando nuevos rastros del MIÑO, tales como el eje principal que movía la imponente pala, así como diferentes partes de su estructura que certificaban la edad de la nave y la posible fecha de su naufragio. Ahora, todo hace presagiar que el misterioso buque al que llamábamos San Andrés, en realidad era el MIÑO, un navío que había logrado desaparecer durante siglo y medio sin dejar rastro, y que ahora volvía a captar el interés de las gentes tras permanecer en su silenciosa tumba azul durante todo ese tiempo. Los barcos sumergidos son eslabones más preciosos que cualquier otra forma de Historia. Si escarbamos junto a ellos y la temperatura del agua y el limo del fondo nos ayudan un poco, podemos hallar restos de objetos detenidos en el tiempo, parados en su normal proceso de destrucción. Cuando ya no es posible hallar en tierra objetos y pistas de otras épocas, siempre nos queda el mar. Un mundo complejo al que hay que llegar con respeto y precaución si no queremos terminar formando parte del trágico panorama que todo barco hundido representa. Pipe Sarmiento.